Creo que el cabello es algo muy simbólico. Nos define de alguna manera, forma parte de nuestra identidad. Puede llegar a convertirse en una obsesión. También mueve pasiones. Y suele ser una característica que no se ajusta a nuestras expectativas. Soy morena y quiero ser rubia. Lo tengo liso y lo quiero rizado. Lo tengo muy fino. Es demasiado abundante. Y un largo etcétera que engrosa la lista de complejos o cosas que nos gustaría cambiar de nosotras mismas.
Lo tiño, lo aliso, lo rizo, lo corto, lo cambio… Hasta que nos aceptamos y el pelo deja de ser tan importante. Al menos a mí me ha pasado eso.
De pequeña casi siempre llevé el pelo corto. Y cuando lo llevaba largo no me sentía a gusto, me parecía que tenía mucho volumen. Antes las niñas no íbamos a la peluquería a rebajarnos, a dar forma, las melenas simplemente crecían a su natural. Después llegué a aborrecerlo porque mi padre se empeñó en que debía llevarlo largo porque era una chica. Y a los 18 años, como si fuera la máxima rebeldía, me corté la melena después de una sesión de fotos para inmortalizar mi feminidad.
Entonces parece que surgió mi atractivo. Empecé a escuchar sin tregua que me quedaba mucho mejor el pelo corto. Y yo misma me veía mejor. Hasta hace unos meses. En el fondo me daba rabia esa etiqueta de «mujer de pelo corto». En el fondo envidiaba las largas melenas, quizás por el simple hecho de que yo parecía destinada a no volver a llevarla nunca.
Y hace un tiempo me dio por reflexionar en qué medida esa era yo de verdad. Qué es lo que quería yo. Cómo me sentía a gusto. Seguramente en realidad no tenga que ver con el cabello, sino con algo más esencial, con la madurez, con la aceptación, con el empoderamiento.
Es mucho lo que hay que sanar, tantos patrones que revisar, tanto equipaje que no nos corresponde, tanto ruido interior que acallar. Para vislumbrar la verdad de lo que somos.
Más allá del cabello, a pesar de él, o gracias a él.
Y gracias a la escritura. Siempre me alivia escribir. Me da confianza. Es como hacer los sueños realidad. Escribir es el espejo en el que me miro. Escribir me permite romper el silencio.
Historias sobre cabellos hay muchas. Quién no se acuerda de Salomón. La cabellera de los indios. Rapunzel. Muchas y variadas. La última que yo he leído es La trenza, de Laetitia Colombani. Y sobre este relato escribí la reseña que dejo a continuación.
El cabello y su influencia. Las mujeres y sus manos.
Salvación.
La escritura.
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