Hoy me he tropezado gratamente con estos versos de Juan Ramón Jiménez, de su poema XXXVI, en «Eternidades» (1918)
Y es que se trata de bajar el ritmo y abrirse a la vida, que fluye, cambia incesante, pero sin prisa.
Se trata de disfrutar las pequeñas cosas, que son las más valiosas, y solemos dejarlo solo en el dicho.
Se trata de dejar de perseguir la felicidad, que siempre ha estado ahí, que está al alcance de nuestra mano, la felicidad de existir.
Se trata de reencontrarnos, de no buscar más fuera, de no correr más, aquietar el paso, la mente, y dejarnos sentir.
Porque en el fondo sabemos que una vida plena es posible.
La sabiduría interior nunca calla, pero es susurro apenas.
Nos resistimos a creerlo, a confiar en la vida, necesitamos pruebas.
Necesitamos, en realidad, controlarlo todo.
Sentir frustración.
Ponernos de víctimas.
Lo contrario al poder personal, a la unidad que somos.
Nos engañamos buscando la estridencia, la felicidad con mayúsculas.
No se trata de estar siempre alegre, no permitirnos el enfado, la frustración o el desánimo.
Somos seres emocionales y es bueno transitar las emociones.
La felicidad no es lo contrario a la realidad, simplemente es una actitud ante la vida.
Estemos en el punto que estemos, podemos elegir ser felices a partir de ahora mismo.
Sobreponerse a las situaciones adversas, disfrutar las alegrías, solo depende de nosotros.
Florecer.
Pese a los escollos de la vida.
Disfrutar de cada momento irrepetible.
Crecer, avanzar cada día, aceptar, amar y caminar firme siempre adelante.
Pero despacio, que solo hay que llegar hasta una misma.
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