A lo largo de la historia, las mujeres hemos sido silenciadas de múltiples formas.
Una de ellas es arrebatarnos el derecho a la palabra escrita.
Despojadas del poder de escribir, las mujeres no dejamos huellas de nuestra historia, no accedemos a nuestro reino interior, no podemos (re)conocernos, cambiarnos… y cambiar el mundo. Sin escritura, las palabras se las lleva el viento, naufragan en el océano de los pensamientos y nos dejan a la deriva.
Otra forma de silenciarnos es a través del miedo. Tantas mujeres valientes se atrevieron a escalar las murallas para que hoy todas tengamos acceso. Y tantas, tantísimas otras nunca escribieron, ni escriben, ni escribirán, debilitadas por el temor, acechadas por las sombras de la corrección, del no saber, del ridículo, de la impostora, de los jueces.
No hablo de titulaciones, del favor de las musas, de novelas o poemas publicados, ni siquiera de reglas gramaticales y ortográficas.
Hablo de la joya en bruto que posees en tu interior, hablo de hacerte dueña de tus palabras y habitarlas.
Hablo de escribir para sanar, para fluir, para transformarte, para crear, para empoderarte.
Hablo del autoconocimiento, de tu creatividad dormida, de tu confianza, de tu autoestima.
Hablo de la escritura como herramienta de construcción de ti misma y de tu vida.
Hablo de materializar tu voz interior.
Escribe, mujer.
Que ya es tiempo
de escuchar tu voz,
acallada tras las murallas
que alzaron los hombres.
Escribe, mujer.
Que tienes derecho
a la palabra escrita
por ti misma.
A contarte, a inventarte.
Escribe, mujer,
exprésate,
vuela, crea,
cree en ti.
Teje los hilos
de tu historia
con palabras,
aprópiatelas,
nútrete de ellas.
Mírate en el papel,
vuelca tu alma.
Que tus palabras
no se las lleve el viento.
Escribe, mujer.
Rompe el silencio.
Sin miedo.
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