Me gustaría decirte que aceptación no es resignación ni apatía, no es que te dé lo mismo todo y no muevas ni un dedo por nada. Más bien lo contrario, la conformidad conlleva inacción, mientras que la aceptación serena de lo que no se puede cambiar, de lo que es, contribuye a la acción consciente y productiva, al crecimiento y enriquecimiento personales por medio de la toma de decisiones enfocadas a lo que realmente puedes mejorar, al momento presente, desde el poder sobre tu vida.
La aceptación te abre nuevas posibilidades, entrena tu flexibilidad y te abre las puertas para alcanzar ser quien de verdad eres. Y justamente es un proceso ligado a sanar. Por eso insisto en que, en lugar de quejarte, lamentarte y echar culpas a elementos externos, reflexiones sobre las situaciones que debes aceptar en tu vida para empezar a sanar. No te olvides, además, de que la aceptación empieza por ti misma. Independientemente de tu entorno, de tus circunstancias, de tu aspecto, de tu trabajo, de tus pertenencias, de tus errores… si no te aceptas, es imposible que sanes tus vínculos, tus patrones, tus heridas.
Recuerda que tus sentimientos son personales y subjetivos, que tus pensamientos están condicionados por tus creencias, que tus recuerdos solo son memorias extendidas en el tiempo, y que cada persona tiene su propia visión. Todo eso no eres tú, ni son las otras personas.
Libérate de aquello y vive dirigiendo tu vida en lo que depende de ti, en la felicidad, en darle un sentido, también en la tolerancia a las emociones negativas, y aceptando lo que simplemente es sin que nada puedas hacer, la separación, la muerte.
Supera el pasado y ocúpate del presente. Elige sanar.
¡Adelante!
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