¿Qué tal el segundo día? Ayer no te propuse exactamente un ejercicio, pero estoy segura de que asumiste la reflexión implícita en las palabras-savia que escribí para ti con todo mi amor. Y cuéntame, ¿confías en la vida?, ¿entiendes que eres una pieza más en el engranaje perfecto del Universo? Es fácil decirlo, ¿verdad? A mí también me cuesta a veces, sobre todo cuando las circunstancias son adversas o recibo algún golpe. Sin embargo es entonces cuando debemos pararnos a pensar en esto y comprender, más allá de nuestra mente racional y egoica, que todo sucede por alguna razón y que es lo mejor.
Piensa en cualquier ser de la naturaleza, un pájaro, por ejemplo, o un árbol, o un río… Simplemente son. No se preocupan por volar, crecer, fluir; no sienten ansiedad por emigrar, competir por su frutos, disminuir o aumentar su caudal. Nuestra vida es más complicada, me dirás. Pero no tendría por qué serlo. La hacemos difícil, la asumimos como una carrera, nos martirizamos en aras de nuestra evolución y capacidad de raciocinio. Y así sacrificamos nuestra esencia, nos perdemos el disfrute de un tranquilo paseo vital.
Si te aferras a tus creencias, a tus esquemas mentales, a lo conocido y seguro, a lo que se supone que es, a lo que te han enseñado, como si se tratase de una roca que te salva de caer al abismo, aunque tengas los dedos ensangrentados y el cuerpo fatigado de escalar, es imposible poseer la grandeza que te pertenece por derecho, porque tú misma te estás limitando.
El conocimiento infinito te espera, déjate caer.
Porque la vida no tiene que doler. Pasan cosas que nos duelen, sí, pero el sufrimiento lo elegimos nosotros y es contrario al amor, nos catapulta al plano del miedo, la incertidumbre, y nos deja totalmente indefensas.
Suelta tus manos heridas y entrégate al vacío. Lo mejor está por llegar.
¡Adelante!
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