Ayer te invitaba a practicar una actitud contemplativa, que quizás entronque con la consideración de los misterios religiosos – si tú así lo sientes, perfecto-, pero que es mucho más simple, sencillamente la mirada atenta, consciente y neutra del mundo que te rodea.
Contemplar significa, sobre todo, no juzgar. Ni tus pensamientos mientras observas en silencio, ni lo que ves, ni lo que escuchas. Se trata de un estado de quietud, aceptación y amor, que te conecta con el prodigio de la vida.
Te aseguro que lo que ves en el mundo es lo que tú albergas en tu corazón. Si no hay cabida en tu interior para la negatividad, los prejuicios, la decepción… no encontrarás nada de eso a tu alrededor.
No alimentes la desesperanza, no fomentes la idea de que todo va mal, no juzgues, nunca, no caigas en esa trampa, o en todo caso aprende de ello, porque las historias que te inventas, las etiquetas que asignas hablan solamente de ti.
Por el contrario, disfruta lo magnífico que te rodea, busca la belleza en todo, aplaca tu ego y siente la conexión con los demás seres, agudiza tus sentidos para el deleite.
Estar viva es un milagro, una conjunción única e irrepetible. Contemplar la vida es una forma maravillosa de honrarte, de honrarla.
¡Adelante!
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